sábado, 23 de septiembre de 2006

Los árboles de La Luna

El 31 de Enero de 1971 partía, desde las instalaciones de Cabo Cañaveral, la nave Apolo 14 con la misión de efectuar el tercer descenso tripulado en La Luna, tras el accidentado viaje del Apolo 13.  Su tripulación la formaban los astronautas Alan B. Shepard (comandante de la nave),  Edgar D. Mitchell (piloto del módulo lunar),y Stuart A. Roosa (piloto del módulo de mando y servicio), siendo la misión de éste último el permanecer en órbita alrededor de La Luna mientras los dos primeros descendían hasta la superficie de nuestro satélite. Sabiendo en el Servicio Forestal de Estados Unidos de la presencia de Roosa en la misión , y dado que éste les resultaba conocido por haber sido bombero paracaidista forestal antes de ingresar en las fuerzas armadas, concibieron la idea de hacerle entrega de varios recipientes con semillas  de árboles (unas 500), a fin de que las llevara consigo en el viaje y plantarlas a su regreso para poder comparar su evolución con respecto a otras semejantes que no hubiesen abandonado La Tierra. En total había semillas de cinco especies: Loblolly Pine, American Sycamore, Sweetgum, Redwood, y Douglas Fir. Aunque algunas semillas resultaron dañadas en el proceso de descontaminación posterior al regreso a La Tierra, las aproximadamente 450 restantes germinaron normalmente y se convirtieron en jóvenes árboles. En 1976, con motivo del bicentenario de Estados Unidos, los "árboles de La Luna" fueron distribuidos y plantados en universidades, centros de investigación, hospitales, parques nacionales, etc.  Un ejemplar de Loblolly Pine se plantó en los jardines de la Casa Blanca y  ejemplares de otras especies se enviaron a Suiza, Brasil y algunos  paises más, e incluso uno viajó a Japón como regalo a su emperador, Hirohito. Hoy, 30 años después, la mayoría de los árboles siguen gozando de buena salud y no muestran diferencia alguna que haga patente su condición de "astronautas".

 

Foto a tamaño original en álbum Breves.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 13 de septiembre de 2006

En Astronomía, el tamaño sí importa.

Desde el comienzo de la Astronomía moderna, los astrónomos han mantenido una lucha constante por disponer de telescopios cada vez mayores. Si para las fundaciones y universidades, que han sido tradicionalmente los patrocinadores de los grandes observatorios, el aumento de tamaño significada también un aumento de su propio prestigio, para los astrónomos siempre ha significado la posibilidad de "ver más" En esa carrera hubo, durante el sigo XIX, dos hitos principales, que fueron los telescopios refractores de los observatorios de Mount Hamilton y de Yerkes; el primero de ellos con una lente de 91 cm de diámetro, y el segundo con una lente de 102 cm, la mayor que se haya empleado en telescopio alguno.  Ya en el siglo XX, llegó la época de los grandes telescopios reflectores, y en ella también hay dos momentos clave: el primero, la construcción  en Mount Wilson del telescopio Hooker, que con su espejo de 2,5 m permitió el gran avance de la Astrofísica que nos dió a conocer la estructura y distancia de las galaxias, que dejaron de ser simples nebulosas para convertirse en universos semejantes a nuestra Via Láctea; el segundo fué la entrada en servicio del telescopio Hale en Monte Palomar, quizá el más conocido, puesto que, además de permitirnos profundizar en los estudios astrofísicos, detentó durante más de cuatro décadas el record de tamaño con su espejo de 5 m. En la actualidad, ya son comunes los telescopios de más de 8 m y hay en funcionamiento y en construcción varios de 10 m y en los planes para los próximos años ya figuran los gigantes de 60 e incluso 100 m de diámetro.  En el universo de la astronomía amateur sucede lo mismo, aunque a una escala infinitamente menor. Cada aumento en el diámetro de los telescopios que se suelen manejar, lleva consigo la posibilidad de observar o fotografiar una galaxia más débil, encontrar nuevos detalles en la superficia de un planeta, o alcanzar a ver en la Luna algun pequeño cráter, o quizá una grieta, que antes resultaba imposible de localizar.  Las fotografías de la Luna adjuntas , que pueden ser vistas con su tamaño original en el álbun La Luna, fueron obtenidas con telescopios de 20 y 30 cm respectivamente y las diferencias en cuanto a detalle son evidentes.

 

 

 

 

 

martes, 5 de septiembre de 2006

La sonda Lunar SMART-1 finaliza su misión

Tal como estaba previsto, en la noche del 2 al 3 de Septiembre, la sonda SMART-1 se estrellaba contra la superficie lunar en la llanura de Lacus Excellentiae y concretamente al N del cráter Clausius. Cumplidos los objetivos científicos de la misión, y a lo largo de este verano, los técnicos de la Agencia Espacial Europea ordenaron a la sonda breves encendidos de sus motores de maniobra para reducir la velocidad y hacerla entrar en una trayectoria que habría de llevarla a colisionar con el suelo lunar.  Conociendo con suficiente aproximación el lugar y el momento en que se produciría la caida, se montó un dispositivo para intentar observar el destello originado por el impacto. Diversos observatorios  profesionales y grupos de aficionados colaboraron para obtener constancia del hecho. A la espera de nuevos documentos gráficos, se han dado a conocer las primeras fotos en las que se ve la zona prevista para el impacto, en ese momento no iluminada, antes, durante y después de haberse producido este. El breve destello, de menos de 1 segundo de duración, ha sido recogido en esta foto obtenida con el telescopio CFH (Canada-France-Hawaii) situado en la cumbre del volcan extinto Mauna Kea. 

 

 

 


 

 

 

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