El eje imaginario de la Tierra no apunta siempre en la misma dirección. De hecho, va realizando un pequeño cabeceo debido a múltiples factores. Básicamente, nuestro planeta guarda sólo cierta semejanza con una esfera porque la distribución de masa no es homogénea: los continentes se acumulan en el norte, el agua en el sur. El movimiento del magma del interior de la Tierra tampoco es uniforme. Y aunque pueda parecer despreciable, las mareas y las corrientes atmosféricas también afectan al movimiento global del planeta, aunque sea poco. La distribución de la masa determina el eje imaginario sobre el que gira el planeta, pero a este eje no se le da bien lo de quedarse quieto. Aunque no lo parezca, vivimos sobre una roca muy inquieta.
El movimiento tectónico de Chile ha variado lo suficiente la distribución de masas como para que haya un cambio que se pueda medir. Se estima este movimiento en unos 8 cm. En realidad no es nada raro: el eje de la Tierra se mueve 10 cm al año en un efecto rebote de las eras glaciales. En estos períodos el hielo acumulado sobre grandes extensiones del planeta desplazó el eje, y al desaparecer el hielo, el conjunto trata de recuperar la estabilidad, lo que hace que aún miles de años después, el eje siga mutando para alejarse de la posición que tuvo en aquella época. Eso sí, el terremoto hizo en unos minutos lo que tarda casi un año en suceder. Al margen de la brusquedad, esto no es algo que nos pueda afectar para nada, y para la mayor parte de nosotros no pasa de ser una curiosidad.
Sobre lo de la duración del día, se supone que éste ha podido acortarse en un microsegundo. Inapreciable, porque la Tierra ya se frena y se acelera con el ciclo estacional por las corrientes marinas y atmosféricas: en enero, el día es un milisegundo más largo que en junio en promedio. ¿Alguno se había dado cuenta del cambio estacional? El que ha producido el terremoto es mil veces menor. Así que, igualmente, no deja de ser anedótico.
Ahora sólo falta verificar estas suposiciones, y el método implica usar la red de satélites de GPS. Con todos ellos y una serie de receptores en la superficie, se puede saber con mucha precisión si la Tierra se ha movido de forma anómala. Nunca antes se ha medido el efecto de un terremoto así de grande. Se intentó con el de 9.1 en Sumatra hace unos años, pero la orientación de la falla, y estar más cerca del ecuador hizo que no se pudiera detectar bien. El de Chile en cambio está precisamente orientado de la mejor forma posible para que medir el efecto sea fácil.
Si los movimientos son tan despreciables, ¿de qué sirve entonces medirlos más allá de para publicarlo en alguna revista científica y anotarse el tanto? Decía mi profesor de matemáticas en secundaria que si cuando vas a mandar un cohete a la Luna te desvías una fracción de grado al apuntarlo, el cohete puede acabar en Marte o en el Sol. Aquí no lo notas, pero cuando va recorriendo miles de km, la desviación deja de ser despreciable. Era una forma muy cómica de explicarlo a chavales, pero algo de verdad tiene: todas las antenas que usamos para rastrear la posición de las naves que hemos mandado al espacio están en la superficie. Si se han movido más de lo habitual, es preferible saberlo para no cometer errores al situar estas naves.
Fuente: Terra Daily
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